LA NUEVA RELACION DE JESUITAS
Y  LAICAS  Y  LAICOS  IGNACIANOS

Tomado de Revista de espiritualidad ignaciana, CIS # 96, Roma, 2001
La reciprocidad

      El religioso en la tradición ignaciana ha sido siempre una persona para los demás.  Como amigos en el Señor, nosotros hemos sido también personas con los demás.  Es decir, hemos vivido regularmente en comunidad, hemos trabajado juntos apostólicamente, hemos creado nuestras propias instituciones, y hemos cuidado nuestras propias tumbas.
  Ahora nos encontramos trabajando con otros , en un sentido más amplio y quizás más profundo, como colegas, colaboradores, e incluso socios. Nosotros religiosos comenzamos a darnos cuenta que estar con otros en el ministerio, en esta época de los laicos, va a influir  en nuestra manera de ser, en quiénes somos nosotros, en nuestra identidad dentro de la amplia tradición ignaciana.  La última Congregación General Jesuita, de una forma muy notable, aceptaba esto como  un hecho.  La Congregación describía a los Jesuitas como “hombres para los demás y con los demás “. Y continúa en su famoso documento 13 declarando brevemente: “ser hombres con los demás es un aspecto central de nuestro carisma y profundiza  nuestra identidad.  Ninguno de esos dos puntos está claro actualmente, y las incógnitas que suscitan están generando tensión y requieren oración y reflexión serias.
      El P. Peter Hans Kolvenbach promovía, hace diez años, esa reflexión en una larga carta, “A los Amigos y Colegas de la Compañía de Jesús”. Haciéndose eco de muchos otros grupos Ignacianos, que indican que debemos oír a nuestros amigos y colegas seglares, el P. Kolvenbach invita a un diálogo abierto (Carta nº 4). Diez años más tarde esa publicación suscita de nuevo el diálogo.  Un  buen número de colegas experimentados -seglares, religiosos,  jesuitas- han leído de nuevo la carta, a petición, nuestra y reflexionado después sobre su propia experiencia, desde su publicación. Las respuestas arrojan luz sobre algunos de los “los retos con que tenemos que enfrentarnos”, a lo largo de este  “ difícil  camino” (nº23). Esperemos que también nos ayuden a traer a “la oración y al debate” los pasos que vamos dando, los resultados que vamos obteniendo y las dificultades que vamos encontrando (nº24).

     Las respuestas son complejas y en muchos casos te hacen sentirte incómodo.  La mayoría son animadoras, llenas de intención y vigor. Algunas abren nuevos horizontes. Más de una es perturbadora. Tomadas en su conjunto son testimonios de un trabajo en marcha, más  o menos avanzado en distintos sitios, y un trabajo que se desarrolla por caminos complicados.
     Pero, ¿podría realmente ser el trabajo simple? Durante generaciones los portadores exclusivos de la espiritualidad ignaciana han sido religiosos, hombres y mujeres, que han entregado toda su vida al servicio de Cristo en la Iglesia: Hermanas de San José, Sociedad del Sagrado Corazón, Oblatos de la Virgen María, etc.  Todos han entendido la espiritualidad y el carisma, y podrían hablar con autoridad sobre el tema.
      De manera natural cuando los religiosos comenzaron a tener colaboradores, nosotros  tomamos la iniciativa.  Cuando avanzamos más  y llegamos a ser colegas, tuvimos que pensar que se trataba de algo que estábamos creando y ofreciéndolo a los demás.  Incluso cuando se comenzó a hablar de socios (“partners”) en algunos ministerios y comunidades, nosotros, religiosos, todavía pensamos que es sociedad a lo que tenemos que aspirar.  Esa sociedad afecta principalmente a lo hacemos y a cómo lo hacemos, no a los que somos: nuestro carisma central y nuestra identidad permanecen como antes, pero más profundos.
     Bien, como un jesuita dijo jesuíticamente, hay pros y contras en ambos lados de esas afirmaciones.  Nos enfrentamos aquí con un cambio, que se manifiesta lentamente y que no es fácil detectar.  Y cuando lo percibimos es difícil aceptarlo.  Estos párrafos, y toda esta publicación, intentan ayudarnos a todos –colaboradores, colegas, socios- a reflexionar sobre el camino por donde nos lleva el Espíritu Santo hacia lo que venga después.

     Los centros de enseñanza fueron los primeros en hacer el movimiento desde tener compañeros de trabajo (empleados) a tener colegas seglares.  Han ido haciendo este movimiento a través de todo el mundo, aunque de manera desigual; algunos han sido más rápidos que otros.  Algunos centros están donde estaban en 1966, cuando la Congregación General Jesuita pidió que las retribuciones y las condiciones de trabajo fueran justas, y que los laicos ocupasen también posiciones directivas (incluso la dirección).
     Hace treinta años los jesuitas esperaban que los colaboradores les ayudasen a  mantener los centros ignacianos.  Este cambio ha sido un avance lleno de esperanzas, pero no es fácil de encauzar.  Ha llevado a  los religiosos  un buen período de tiempo aprender que el carisma ignaciano auténtico no puede ser moneda de intercambio.  No puede darse el carisma a cambio de lealtad a la institución.  La espiritualidad ignaciana auténtica no puede ser tratada así (ninguna espiritualidad, de paso).  Así que el “Proyecto Pedagógico Ignaciano”, que invita a los colegas seglares a una experiencia personal de espiritualidad ignaciana y a adoptarla como propia, ha ayudado a convertir empleados en colaboradores  y colaboradores en  colegas.  El proyecto ha encontrado una ayuda en la tendencia general de la cultura global hacia la espiritualidad.  Hasta hace muy  poco tiempo el ofrecer espiritualidad a los laicos  parecía raro e incluso sin importancia.  Hoy, ofrecer espiritualidad a los colegas seglares no se considera ya ni siquiera un esquema inocente para conservar el centro a flote.  Y es que el caso es completamente diferente.  Son los seglares los que piden espiritualidad, incluso con insistencia.
     De hecho estos colegas seglares son gente creadora con deseos propios, han avanzado la colaboración hasta su próxima etapa.  Conservando su identidad como seglares, hombres y mujeres, han  adoptado la espiritualidad ignaciana como propia, y están ahora de forma espontánea haciendo partícipes de ella a otros colegas.  Ellos se han cambiado, a su manera, de colegas en socios, y así se llaman a sí mismos.  La mayoría sienten que están participando de un carisma que de alguna forma es cosa de religiosos, y los religiosos -al menos los Jesuitas-  se comportan, con demasiada frecuencia, como si tuviesen la misma idea.  Pero esa idea de que los laicos van a participar del carisma de los religiosos, no está destinado a perdurar.  Después de todo ya sabemos que los laicos no tienen intención de ser jesuitas de tono menor.  Así parece que estamos en un estadio transicional, en el que el carisma ignaciano se define en formas laicas. Ya está apareciendo alguna forma de rasgos independientes, quizás obligada por la circunstancias como se da en Vuselela, Sudáfrica.
     La educación es un campo fértil para que se transformen los colaboradores en colegas y en socios.  Otro campo fértil ha sido la espiritualidad. Vale la pena revisar este crecimiento de la  espiritualidad, porque es lo que ha llevado a los laicos a los Ejercicios  Espirituales   y a adoptar la espiritualidad ignaciana como espiritualidad laica.

     Las casas de Ejercicios en la mitad del siglo pasado gozaban de la colaboración de los laicos para llenar los retiros de fin semana, que enseñaban una espiritualidad ignaciana viable para la vida ordinaria.  Los retiros de fin de semana comenzaron a perder clientes en muchos sitios, en la generación anterior a la actual, y los religiosos a cargo de las casas de Ejercicios tenía que trabajar mucho para  llenarlas.  Algunas casa todavía ofrecen retiros de fin de semana, y los religiosos a veces piensan que están  preparando colaboradores laicos para mantener las casas abiertas exactamente como lo pensaron  antaño los centros de enseñanza.  Pero es importante notar que los laicos esperan con gran confianza que las casas sobrevivirán.  Donde se les invita a ello, se convierten en colaboradores y ayudan a que el ministerio se transforme, no limitándose meramente a traer a otros Ejercicios, sino ayudando a moldear la misma experiencia.  Parece que se trata realmente de algo más que la supervivencia en esta asociación.  en especial donde la palabra parroquia no constituye  todavía una comunidad sustancia, los laicos necesitan instituciones de espiritualidad, estables y claramente visibles.  Ese fin lo cumplen las  Casas de Ejercicios.
     Las casas, por todo el mundo, han ido respondiendo a las necesidades de la gente t han ido desarrollando hasta convertirse en centros, que forman parte de la vida parroquial, ofrece programas temáticos y de renovación, y dan formación a los guías espirituales.  Las casas han fomentado el desarrollo de la espiritualidad en el último medio siglo, y esto han movido a muchos laicos, de maneras muy distintas y en grados diversos, a acercarse al carisma ignaciano.
     En casi todas las casas de Ejercicios con dirección personal, Este es un trabajo intenso, que requiere bastantes directores. Por eso las Casa de Ejercicios Jesuitas, que iniciaron esos ejercicios personalizados, comenzaron hace unos veinte años a pedir ayuda de las religiosas, es cierto,  están llevadas exclusivamente por Jesuitas u otros religiosos, pero ha surgido ya el modelo que manifiesta su destino.  O se abren con amplitud o tendrán que cerrarse. Los jesuitas invitan con facilidad a religiosas a formar parte del equipo de la casa, y más adelante los seglares. De alguna forma este ha sido el paso más fácil. El más difícil es crear un trabajo de auténticos colegas, que en este caso significa al menos un  intercambio libre y abierto de puntos de vista y práctica profesionales.  En la realidad hoy, ser colegas  va más  allá de ese mínimo.  Significa actuar como equipo, no sólo hacer planes y seguir las mismas normas, sino pensar  y orar en común, y aplicar los Ejercicio Espirituales al nivel cultural de los ejercitantes. Los jesuitas, en opinión de muchos no han tenido un éxito uniforme en abrirse a si mismos a este trabajo de colegas.  La mayoría de las casas tienen ahora religiosos  y colegas seglares.  Unas pocas están llevadas  por equipos de genuinos colegas.  Este  no parece serlo corriente.  Lo común  parece ser un grupo manejable de personas variopintas, colaboradores, y no un equipo  de socios.  Cualquiera que sea el caso, pocos equipos se han desarrollado tanto como el de Villa Kostka en Itaici, o Rainhill cerca de Manchester.
     Si echamos una amplia mirada, notaremos que el crecimiento hacia la espiritualidad durante los pasados años veinte, e incluso antes, no tuvo lugar solamente en las casas de Ejercicios.  hay otro elemento que debemos tener en cuenta: la explosión coyuntural de popularidad de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.  los Ejercicios, para expresar algo muy sabido, han figurado preeminentemente  el crecimiento  en los laicos de la espiritualidad ignaciana.  De algún modo, los Ejercicios son populares porque los religiosos los han estado promoviendo durante más de medio siglo -Jesuitas, El Cenáculo, los Fieles Compañeros de Jesús- ¿y cuántos más?  Durante la primera parte de ese medio siglo, sin embargo, los laicos tenían que ir a las casas de Ejercicios para encontrar esa espiritualidad.  Los laicos decidieron elegir su propio camino: Los Ejercicios de la Vida Ordinaria. El impulso para llevar los Ejercicios a la vida ordinaria del cristiano ordinario procede de los laicos.  Ellos han sido la fuerza que ha movido el avance de los Ejercicios de la Vida Ordinaria, siguiendo las anotaciones 18 y 19.  Los laicos los querían, los jesuitas en ocasiones los deseaban, y después los demás religiosos han seguido la corriente.  Gradualmente en esta historia maravillosa, los laicos se han convertido en colegas de los religiosos en estos Ejercicios.  Hoy son ya socios, y en muchos sitios, respecto al tema de los Ejercicios en la Vida Ordinaria son los socios más importantes.

      En  el cambio del milenio, pues, los religiosos y los laicos han comenzado a formar equipos integrados para dirigir los Ejercicios y llevar los centros de espiritualidad ignaciana.  Este desarrollo es providencial por la llamada urgente desde todas partes a inculturar los Ejercicios.  No se trata de un movimiento teórico; los guías están obligados a considerar en los casos concretos, con frecuencia muy dificultosos, lo que la inculturación permite o exige.  ¿Qué es auténtico y qué es adición cultural? ¿Quién debe interpretar auténticamente los Ejercicios Espirituales?  ¿Qué experiencia es fiable, y cómo debe ser interpretada?  Las preguntas de los guías no son fáciles, y sin embargo sus convicciones son profundamente personales, por la misma identidad del que da los Ejercicios ignacianos.  Estos temas empujan a los que trabajan en las casas de Ejercicios y en los centros ignacianos a pasar de colegas a socios.  Recientemente un buen número de estos equipos están  en una situación similar a la de Seseragi, el nuevo centro ignaciano de Tokio. El equipo  se vio obligado a comenzar en plan de socios, por las necesidades prevalentes de la cultura japonesa.
     Donde equipos como el de los Santos Mártires -en Paraguay- se tratan sincera y regularmente, comunicando experiencias, ideas y fe, se convierten en socios. El equipo de los Santos Mártires trabaja con la idea que todos los socios tienen que contribuir con respuestas a las preguntas.  El equipo sirve de modelo para el cambio de que tratamos. hasta hace muy poco tiempo los jesuitas y otros religiosos estaban “enseñando espiritualidad ignaciana” a  nuestros colegas, haciendo todo el trabajo de interpretar, aplicar e inculturar los Ejercicios Espirituales, y  enseñando a nuestros colegas a dirigirlos.  Esta situación todavía se mantiene en muchos sitios, y no precisamente por culpa de nadie.  Pero está  cambiando y tiene que cambiar.
     Los socios -en escuelas, parroquias, casas de Ejercicios- al haber aceptado como propio el carisma ignaciano, ayudarán a escoger lo que debe hacerse y cómo hacerlo.  La experiencia de Vinicio Joaquín Morales en Guatemala sugiere cómo los laicos llegan a ser verdaderos socios.  Ellos contribuyen con sus conocimientos propios, sus habilidades, sus experiencias, para dar los Ejercicios y  ayudan a todo el equipo a mentalizarse.   Ayudarán a interpretar la cultura y sus propias experiencias religiosas.  Y está quedando claro que los laicos ayudarán a interpretar el mismo carisma ignaciano.  Hasta ahora esto no ha sido más que un desarrollo silencioso, pero se está convirtiendo en un vivo reto.

     Cuántos han notado ese reto de los laicos no lo sabemos, pero el reto adquiere inexorablemente más volumen.  La Congregación General 31 de los Jesuitas, por ejemplo, declaraba que los laicos “serán siempre para nosotros los intérpretes naturales del mundo moderno” (dec. 28, 540), así que necesitamos un vínculo  más estrecho con ellos.  Esta declaración hizo que algunos se alarmasen, que unos pocos más se preguntasen  si la Congregación creía que sus hermanos eran ermitaños.   Los que dudaban resultaron ser los eremitas: y tal como la Congregación había dicho, los laicos nos han ayudado a conocer cómo podemos ayudarlos, y los laicos nos interpretan sus vidas a nosotros y para nosotros.  De esta forma nos ayudan ciertamente a trabajar en nosotros y para nosotros.  De esta forma nos ayudan ciertamente a trabajar en nuestros ministerios, pero hacen algo más que eso, interpretan el carisma ignaciano -el mismo carisma que está incorporado en las Constituciones  de los Jesuitas.  Y así va sucediendo que los laicos nos ayudan a los religiosos a interpretar incluso nuestra propia vida religiosa.  y en realidad las sociedades maduras están ya  manifestando esto de forma clara.
     Esta es quizás la primera lección que los laicos han enseñado a los religiosos.  El carisma ignaciano no tiene como expresión única las Constituciones de los Jesuitas, o de las  Doroteas, las Hermanas de Mary Ward, o los Oblatos de la Virgen María.  De hecho los laicos preguntan si el carisma tiene que tomar cuerpo, y precisamente en unas constituciones.  ¿Es posible decir que hay un espiritualidad ignaciana y un carisma para la vida ordinaria de cada día?
     Esto es auténticamente algo nuevo.  Los laicos están viviendo el carisma ignaciano en el mundo, y lo viven como laicos, no como “religiosos imitadores” en el mundo, jesuitas pequeños o pequeñas. Como idea esto puede parecer tan novedoso como la idea de un viaje en avión.  Pero merece la pena recordar que solamente hace veinte años la Congregación General (la 32) distinguió por primera vez, y separó, la espiritualidad ignaciana de la espiritualidad Jesuita. La distinción aparece confusa para algunos que continúan identificando ignaciano y  jesuita. Esto da lugar situaciones, como la de las Comunidades de Vida  Cristiana, por ejemplo, donde algunos jesuitas han encontrado muy dificultoso dejar la dirección y ocupar un  lugar entre muchos en el conjunto de los participantes.  La distinción entre ignaciano y jesuita  no la tenían clara, en particular, dos jesuitas, de diferentes continentes, que impartieron cursos sobre las Constituciones con el fin de establecer una “unión más estrecha”.  Parece que promovían algo rechazado en forma explícita por una Congregación Jesuita en 1957, “propuesta de tener un instituto secular afiliado dentro de la Compañía” (CG30, dec. 25, nº6).
     De hecho no proponían tal cosa.  Estaban intentando lograr que un grupo de laicos fuera portador del carisma ignaciano.  Estaban intentando lo mismo que otros socios en Milwaukee y Río de Janeiro habían intentado ya con éxito durante diez o más años, y que otros socios están intentando, por ejemplo, en Malta. Cómo los laicos vivan el carisma ignaciano puede ser teóricamente claro, pero la vida real es agradablemente menos simple, y más complicada. ¿Cómo puede un asociado con esposa y niños, con su casa hipotecada, sus negocios profesionales, ir de ciudad en ciudad por razón del magis?  ¿Trabajarán los  socios seglares principalmente en instituciones Jesuitas? ¿O seguirán  el carisma ignaciano para comenzar obras propias?  ¿Puede el carisma  ignaciano vivirse sin soporte institucional, o con sólo el de las CVX?  
     Afortunadamente, un estadio en el traspaso del carisma a los laicos ha quedado claro.  Los grupos ignacianos han ido poniendo énfasis en que el carisma ignaciano significa misión.  Habíamos entendido esto en  primer lugar como participar la misión de la Compañía u otra congregación ignaciana, normalmente en instituciones que nosotros regimos.  Así lo han entendido los centros de enseñanza, y también las casas de Ejercicios. La Society of the Holy Child Jesus claramente lo destaca, describiendo a los asociados como mujeres y hombres que tienen sus raíces en el carisma y “participan de nuestra misión” (Compromisos del Capítulo General, p. 17, 1998). La Congregación había entendido durante un largo tiempo -piensen en la experiencia de los centros de enseñanza- que la misión que nosotros compartíamos era la misión de nuestras instituciones.  Y así llegamos  al primer significado.
     Pero en muchos documentos, el significado se ha amplificado para abarcar toda la misión de Cristo en el mundo.  Las Adoratrices ignacianas, pocos años después que seis miembros de la  Congregación fueran martirizados en Liberia, vieron que “nosotros también estamos llamadas a compartir nuestro carisma con los laicos en la misión común de la Iglesia” (Asamblea General XVIII, pt III, sec, A; 1991). Y la última Congregación General de la Compañía introduce el concepto de seguir “el carisma ignaciano en el mundo “ (CG34, 346) porque, hace notar, que “los laicos son llamados a la santidad y al compromiso por la fe, la justicia y los  pobres, y evangelizan las estructuras  de la sociedad” (336). Eso es, naturalmente, la definición taquigráfica de toda la misión de la Iglesia en el mundo.  Muchos laicos ahora, “reconocen su acción como ministerio cristiano y buscan ser formados y enviados a este servicio” (336).  Quizás en este trabajo de definir lo que queremos decir por nuestra misión participada, nosotros creceremos en cuanto colegas y comenzaremos a ser realmente socios.
     Pero queda un tercer significado de misión: la misión propia de los laicos, defendida por el Concilio Vaticano Segundo. Qué deba incluir, o no la misión completa de los laicos, tiene todavía que clarificarse, pero parte de la misión es la nueva  evangelización. Un número notable de Congregaciones Ignacianas se refieren a ella.  En el mismo año que el P. General escribió su carta, por ejemplo, el Capítulo General de las Doroteas pedía a sus miembros que abriesen más ampliamente su rica tradición de colaboración “de acuerdo  con la nueva evangelización  necesaria para la Iglesia y el Mundo” (CG XVII, doc. 1, nº7). La última Congregación General Jesuita hizo notar (CG34,356) que la presencia de Jesuitas y su trabajo en las CVX, y en el entramado apostólico  ignaciano que está surgiendo, es la forma cómo la Compañía hace su “contribución específica a la nueva evangelización”.

     Esto es ser socios (“partnership”): trabajar juntos en una misión que no pertenece a ninguno y pertenece a los dos. Y nos impulsa a  intentar definir el  “lazo estrecho.”  La Society of the Holy Child Jesus pidió a cada Provincia que estableciese un grupo de asociados y miembros para redactar criterios de formas de asociación (CG24, doc 4 “Growing” pag. 12). La SHCJ insistió -todas la congregaciones lo hacen ahora- en que todos los asociados participaran en esto proceso.
      La Provincia Jesuita de Bélgica Septentrional  recibió un ruego formulado por un grupo de miembros de las CVX, de que definiese este “lazo estrecho”. Durante la Congregación Provincial de 1995, los procuradores se encontraron con un postulado sobre la “sociedad espiritual”, formulado por miembros de las CVX  y Jesuitas: Los Laicos, “con nuestra propia experiencia de vida, como laicos y con frecuencia como casados”, no sólo aceptamos y vivimos, sino que también “contribuimos al carisma  ignaciano”. Su asociación permitirá, a la Compañía y a las CVX en conjunto, “ofrecer este carisma ignaciano como un don del Espíritu a la Iglesia y a la Compañía.”  Los laicos pensaban que era sensato que ellos fueran sistemáticamente incluidos en los  “procesos de discernimiento sobre las prioridades de la Provincia.”  Quizás su petición no es más que lo urgido por la última Congregación General:  “Cuando hablamos de “nuestro apostolado”, no entendemos todos lo mismo por “nuestro” (CG34,doc. 13,354). Una Provincia al menos, ha incorporado a los laicos en su plan estratégico (es el caso de Venezuela).
     Otras Provincias han invitado, de forma inesperada, a socios a tomar parte en el gobierno de la Provincia.  Casi desde que la carta del P. General se hizo pública, la Sra.  Joyceann Hagen ha sido directora en la Provincia de Oregon de ministerios pastorales, y la Dra. Marie Joyce ha sido consultora de la Provincia de Australia.  La Compañía de María ha tenido a sus asociadas laicas presentes en las primeras sesiones de su capítulo general, en 1997, y una Comisión prepara actualmente la participación de un grupo de “Laicos de la Compañía de María” en el próximo Capítulo, que celebrará en 2003. Son números pequeños en el conjunto de todas las Congregaciones. Nos preguntamos cuántos, del gran número de religiosos de origen ignaciano, están preparados para llevar a los laicos  hasta el nivel de la planificación estratégica.

     Oficialmente todos estimamos que la asociación  espiritual es un don positivo de Dios. La Congregación General 31 declaraba que los Jesuitas reciben de sus socios seglares “gran fuerza en nuestra vocación y para nuestra misión” (CG33, 51).  Otras Congregaciones han declarado espontáneamente que esa asociación refuerza también y profundiza la propia vida comunitaria de las Congregaciones.  En algunos  documentos de trabajo sobre la espiritualidad y el carisma, las Hermanas de Notre Dame of  Coesfeld esperaban que la participación de esa asociación en el pueblo” revitalizaría la comunidad”. Pero si la asociación con los laicos confirma a la comunidad, también le presenta retos.  La última Congregación Jesuita esperaba que el éxito de la asociación dependería no sólo de la renovación apostólica en la misión, sino en igual grado “de la fuerza de nuestra convivencia jesuita” (CG34, doc 13,353).  No permitamos que las fórmulas corteses de lenguaje oculten lo que se dice: el éxito de la asociación con los seglares depende de cómo funcione la convivencia de los jesuitas entre sí.  Si esto requiere una conversión, es posible que los jesuitas tengan que creer, ellos mismos, lo que sus socios ya creen de ellos: que son muy buenos compañeros.  Visto desde fuera, los miembros de otras Congregaciones Ignacianas parece que se encuentran con una llamada semejante a la conversión.
      Esto parece encajar con la experiencia casi universal de que al abrirse las comunidades religiosas a los asociados seglares se ha fortalecido la identidad comunitaria, y  no se ha debilitado.  Sin embargo la mayoría de nosotros reacciona a esta perspectiva de apertura de forma defensiva, como a algo amenazante.  Quizás nos sintamos amenazados, pero no por algo intrascendente; porque el hecho de abrir nuestras comunidades y compartir nuestros planes es posible que nos lleve a reconocer que hemos dado un sentido más bien individualista a la palabra compartir. Hemos interpretado ‘participar’,  de forma principal aunque no exclusiva, como dar gratis lo que hemos recibido gratis.  Y así hemos enseñado a los colaboradores todo lo que nosotros conocemos, y les hemos formado.  Pero dar  no abarca el sentido pleno de compartir.  Pensemos en la Contemplación para Alcanzar Amor, para amar como Dios (EE. 231).  Allí compartir significa tanto dar como recibir, ofrecer y aceptar.  Abrir nuestras comunidades y nuestros planes descubre una verdad incómoda: muchos Jesuitas y otros religiosos ignacianos no están  tan preparados  para recibir. Dar  a los demás, si; pero ¿recibir de otros?

Compartir en su sentido ignaciano más pleno puede se el paso siguiente en esa evolución.  Se llama reciprocidad.  La Sociedad del Sagrado Corazón, por ejemplo, reconocía en su Capítulo General 2000 que sus miembros han pasado de “colaboración a reciprocidad”. El Capítulo General  hablaba de este movimiento en términos de “aceptar y participar lo que cada uno es y ofrece”, y que requerirá “actitudes de confianza y ayuda mutua, de vulnerabilidad y apertura” (CG, p. 27).  El Capítulo reconoce que esta reciprocidad tiene un  precio.  “Tenemos que permitir que nuestras perspectivas sean transformadas por los puntos de vista de otros , mientras que permanecen fieles a nuestros valores propios”.
     No es necesario ser un psiquiatra para ver que es difícil aceptar una perspectiva nueva y al mismo tiempo mantener la suya propia. Permitir que las perspectivas sean transformadas (para no mencionar percepciones,  valores hábitos, etc.) significa un proceso de conversión personal, que no es probable que se de, sino en el curso de una formación comunitaria.  Y por último no tenemos que ser magos, ni adivinos del futuro, para aceptar que la reciprocidad con nuestros asociados laicos y religiosos va poner a prueba nuestras relaciones personales en el seno de nuestras comunidades.  Aplicando una verdad divina, la reciprocidad comienza por los de casa.  O no comienza en modo alguno.
     Los Oblatos de la Virgen María, cuyo apostolado es aplicar los Ejercicios Espirituales al trabajo pastoral, parecen reconocer esto.  En la renovación de sus Constituciones, añaden esta norma complementaria: “Nello svolgimento del loro lavoro apostólico, gli Oblati si associno volentieri dei laica, come colaborador, in modo che le comunità diventino centri di animazione  apostolica e spirituale” (V, art. 40, no 4). Tienen en la mente más bien una nueva forma de comunidad religiosa, abierta y activa, abundante en socios y rica en participación.  Cambio radical desde la comunidad envuelta  en la regla del claustro, serena en su caminar al ritmo de ordenadas campanas, y ajustada principalmente por los tiempos de Misa y comidas.
     La carta de P. General y las respuestas de un buen número de amigos y asociados sugiere la manera de comenzar a entender el pensamiento final de la Congregación Jesuita sobre la “cooperación”  (doc. 13,360): “El Espíritu nos está llamando, en cuanto hombres para y con los demás, a compartir con el laicado lo que creemos, somos y tenemos, en creativa hermandad para ayuda de las almas y para la mayor gloria de Dios”.
      Suena mas bien a reciprocidad.